La innovación tóxica existe, lo que sucede es que no la hemos definido; pero nos tropezamos con ella casi todos los días.
Por “innovación tóxica” me refiero a aquella que, por muchas etiquetas tecnológicas y rimbombantes que le pongamos, genera más perjuicio que valor a su entorno. Así de simple. Y, aunque a veces cuesta verla venir, hay señales bastante claras que pueden ayudarnos a identificarla. Aquí van algunas:
“Subvention-centric” design. Sucede cuando se confunde "cliente" con "subvencionador". El foco se pone en captar fondos públicos, en lugar de en generar valor real a través de productos o servicios. No hay duda de que las subvenciones pueden reducir riesgos, pero no pueden convertirse en el leitmotiv de lo que hacemos.
La tripulación descuidada Se prioriza el “continente” sobre el “contenido”. Lo vemos especialmente en grandes proyectos de interés político, donde se busca “la noticia” perdiendo de vista la importancia de seleccionar bien y cuidar bien a las personas. El resultado suele ser un capitán de barco con renombre, pero sin capacidad de navegar; y una tripulación que actúa de forma descoordinada y sin velar por el interés común.
Plan Finan-0. Para quienes hacéis las cosas bien, este punto es trivial. Pero aún se ven muchos proyectos de innovación sin una gestión y planificación financiera responsable. Se gestionan como si el dinero fuese infinito, y se pierde de vista que la innovación es un ejercicio de “creación y gestión de negocio”, no de I+D. Hay que saber con claridad qué valor ofrecemos, quien pagara por ello, y cuando cobraremos. Sin una mínima previsión de ventas, ingresos y tesorería, lo que tenemos no es un proyecto innovador: es un agujero negro presupuestario.
Gobernanza Houdini. ¿Quién decide? ¿Cómo se toman las decisiones? ¿Cómo garantizamos la independencia de los órganos creados respecto a otras entidades? ¿Hay mecanismos de seguimiento eficientes? La falta de una gobernanza clara es uno de los errores más frecuentes en grandes iniciativas científico-tecnológicas. Cuando no hay claridad en roles, responsabilidades y procesos, la innovación se convierte en un campo de juego caótico donde nadie asume consecuencias.
Efecto palmero. En el flamenco, el palmero anima al cantaor sin cuestionarlo. En innovación, este efecto se traduce en groupthink: todos asienten, nadie desafía. Si tu equipo no se atreve a decirte que tus propuestas o ideas no son tan buena como crees, tienes un problema. Una cultura innovadora necesita espacio para la crítica, el disenso y la co-creación. Sin eso, estamos fomentando justo lo contrario: una cultura anti-innovación.
Ego-liderazgo. No todo el mundo está hecho para liderar innovación. Hay perfiles egocéntricos que no escuchan, no reconocen el trabajo de otros y viven en una burbuja de realidad paralela. Pueden parecer carismáticos, pero en el fondo son incapaces de fomentar entornos colaborativos. Cuando este tipo de personajes ocupa posiciones de poder, liberan toxinas invisibles que contaminan la cultura: generan desconfianza, bloquean el talento, y pueden hundir hasta el mejor de los proyectos.
Detectar innovación tóxica no es tan difícil si sabes qué buscar, la clave está en actuar a tiempo. Por eso necesitamos desarrollar no solo tecnologías y productos, sino también criterios para evaluar qué tipo de innovación estamos impulsando. Preguntarnos qué cultura promueve, a quién beneficia, y si realmente está resolviendo algo en la cadena de valor.
Innovar bien requiere enfoque, responsabilidad y propósito. Y, a veces, el acto más innovador es tener la valentía de decir: “Esto, así, no”.